El trastero de casa de mi madre es un campo de minas. El sábado Pantaleón y yo nos adentramos allí en busca de un cuadro y a punto estuvimos de morir empalados por unos cuernos de kudu que sobresalían peligrosamente de entre un montón de cajas. Pantaleón se quedó mirando al bicho y me preguntó meditabundo: “¿Pondrías los cuernos?”. Obviamente, no estaba cuestionando mi respeto los votos matrimoniales; se refería a si colgamos o no al animalito en una pared.
El tema de las pieles y los trofeos de caza es un “albondigón” bien gordo. La gente lo vive con mucha intensidad. A unos les parece mal matar al bicho, a otros les repugna colgarlo (aunque ya esté muerto) y a otros simplemente les parece feo.