“Lo que sí te digo es que así no va a encontrar novio” me dice Pantaleón examinando por décima vez el pobladísimo apartamento de Howard Slatkin en el libro “Fith Avenue Style”.

Pequeño nicho en el salón donde está expuesta, en ménsulas iluminadas, parte de la colección de pájaros de porcelana de Howard.
A Pantaleón y a mi nos regalaron “Fifth Avenue Style” por Navidad y Howard nos tiene fascinados desde entonces. El libro narra la remodelación y decoración de un piso moderno de unos 200 metros cuadrados (a ojo de buen cubero) para convertirlo en un cruce de Versalles Parisino con un palacio de la Rusia imperial. Cada capítulo del libro es un cuarto, y va por orden de entrada: primero el vestíbulo de salida del ascensor, luego el hall, luego el salón, y así sucesivamente. En cada capítulo Howard, su dueño y decorador, explica con pelos y señales en qué se inspiró, y cómo fue el proceso de construcción/remodelación.
Pantaleón y yo al principio leímos con admiración: que si un hall hecho de trozos de un biombo de coromandel, que si otro forrado con un grisaille de Zuber, las flores de porcelana de Vladimir (ver “los falsos“), el parquet de Versalles colocado “del revés” para poder teñirlo sin dañar la madera original… Howard era nuestro nuevo héroe.

Fantástico barómetro francés que según Howard perteneció a Hubert de Givenchy. Si os fijáis se ve el parquet “dado la vuelta” para blanquearlo

El salón con vistas a Central Park. Las paredes están pintadas con más de 50 colores distintos, en distintas “veladuras” para que reflejen todo tipo de luz. Las ventanas tienen un tratamiento anti rayos UVA para proteger las telas del sol.
Pero luego, poco a poco nos empezó a invadir una sensación de claustrofobia horrible, y a partir de la página 165 notamos que nos resultaba necesario cerrar el libro a intervalos regulares de 15 minutos para poder respirar.

Aqui es donde se empieza a complicar la cosa. Paredes de cordobán, techo pintado con piedras de colores incrustadas en las vigas, suelo de marquetería, mesa con incrustaciones de marfil y dos puertas falsas (aquí abiertas) que revelan el bar y el cuarto de baño de invitados en mosaico de diferentes tipos de marmol
Y a la altura del cuarto de baño de invitados – hecho de diversos marmoles y con miniaturas colgadas entre ellos- Pantaleón empezó a desarrollar migraña. Para cuando llegamos a la “screening room” los dos estabamos enfermásemos. Y perplejos.

Chimenea del salón con algunas plantas verdaderas y otras de Carmen Almon en tôle (metal). A nosotros esta parte sí nos gusta
Como ya confesé en el post “Horror Vacui” soy hija, nieta y posiblemente bisnieta de “clutterers“. Con semejante pedigrí deco-acumulativo hay ya muy pocas cosas que puedan asustarme. O al menos eso pensaba. Hasta que me topé con Howard.
“Ah. Howard” dice Pantaleón. Nos miramos fijamente y en silencio.
¿Tiene Howard mal gusto? No lo sabemos ¿Tiene Howard un gusto exquisito? tampoco lo sabemos. ¿Necesita Howard un psiquiatra? …¡Como agua de mayo!.

El “descansillo” del ascensor. Hecho con trozos de un viejo biombo de coromandel y multitud de pájaros de porcelana en ménsulas doradas. Lámpara Napoleón III.
¿Empezáis a notar la angustia?
Howard. No sabemos qué decir de Howard. En el New York times le llamaban el “Zeffirelli de la Decoración”. Un lector suyo dice que “Si Dios está en los detalles, Slatkin debería ser canonizado” y otro opina que “Howard aún no ha encontrado una mesa cuyo nombre empiece por Louis o termine por Boulle que no haya decidido comprar”. Ah! ¡Si sólo fueran las mesas!. Howard acumula. ¿Qué acumula? Ese es el problema, que no lo sabe ni él. Todo. Acumula todo lo que pilla que pueda tener alguna conexión – por vaga y lejana que sea – con cualquier imperio pasado y/o cualquier monarquía europea (actual o depuesta). Y así le va.
Dicho esto hay muchas cosas del apartamento de Howard que nos llevaríamos a casa encantados. Tiene maravillas. Pero tiene razón Pantaleón, con ese mercadillo de lujo que tiene por piso no va a encontrar novio. Ni un maestro del Zen podría superar la angustia existencial que genera semejante acumulación de cosa, cosita, mueble, mueblecito, objeto, objetito..
Al final del libro Howard da las gracias a su “equipo de limpiadoras”.
“No me extraña que necesite un equipo” dice Pantaleón “ser asistenta en casa de Howard es como ser controlador aéreo: el estrés es tal, que necesitas que le releven cada 3 horas”.
Con todo, el hall del papel gris, el salón del parquet dado la vuelta y el comedor abigarrado – con alguna que otra dificultad- sí que nos gustaban… Algunas partes muchísimo. Pero luego Howard se nos vino arriba. Más. Sí, más aún. Y llegamos, por ejemplo, a su cuarto.
Howard diseñó una tela para su cuarto. Le pareció sosa y la mandó bordar encima…
Le siguió pareciendo demasiado “minimal” y le colgó unos cuadros… Y alguna que otra cosa más. Voilá el resultado. ¿Veis a lo que nos referimos?
Creemos que Howard, a estas alturas de la remodelación de su casa, ya se había vuelto loco del todo.
Dice que para decorar el necesita un “Point of Departure” (punto de partida) o “POD” como él le llama. Y el punto de partida no fue la casa de su tía Paca, no. El punto de partida fue Peterhof (el palacio de Pedro el Grande en las afueras de San Petersburgo), Amalienburg, y tres o cuatro más palacios reales. Eso sólo para la estructura. Paredes, puertas, techos, estucos, maderas todo fue europeizado y aristocratizado. Y sobre esa “simple” base empezó Howard a dar rienda suelta a su ascética personalidad. Así, en el cuarto de invitados por ejemplo, Howard empezó con un maravilloso papel antiguo de Zuber, que ya de por sí tenía bastante “cosa”…
Y a este cuarto quizás vosotros le hubierais puesto unas cortinas sencillas, en un lino gordo de color blanco roto… Howard no. Howard pone esto.
En un distribuidor tonto de apenas un metro cuadrado Howard aprovechó para un poquito de dorado, otro poquito de tela india y unos pajaritos enmarcados…
Hasta en el techo…
Y para cuando el cuerpo te pide a gritos un cuarto de baño enteramente blanco, vacío, de lineas rectas, cuyo POD decorativo haya sido (por favor) un quirófano esterilizado, Howard se nos descuelga con esto:
Cuenta muy ufano que cuando los obreros terminaron de colocar esta exposición de “mármoles del mundo” enmarcados en dorado Howard lo miró con ojos críticos y pensó… “Aquí falta algo”. Así que colgó su colección de miniaturas.
“En casa de Howard los invitados no beben” me dice Pantaleón “Lo sé porque es absolutamente imposible entrar “piripi” en este cuarto de baño y no acabar llamando al Samur psiquiátrico…”
A Howard aún le quedaba una posibilidad de redención: la cocina. Podía haberse inspirado en cualquier obra de John Pawson. Podía haber tenido como Point of Departure el desierto del Gobi. Pero no, eso es para los débiles. Y Howard no lo es:
Llegados a este punto de libro nada nos sorprendía. Ni la mini-cama de la Maison Jansen para Winnie su perro…

Cama de Winnie en el dormitorio de Howard. Si pensáis que los tiradores con forma de nudo de los armarios escondidos se parecen al nudo dorado de las molduras del techo de su cuarto “por casualidad” es que aún no conocéis a Howard
Ni su vestidor con máximas en latin colocadas en lo alto de las paredes…
Ni los cuartos de los manteles y la plata…
Ni tampoco (bueno, eso un poco) el cuarto para las velas…

La “Candle Room”. Howard opina que la vida no merece la pena ser vivida si no hay una vela encendida en todo momento
Y a pesar de todo esto, el caso es que Howard nos cae bien. Cierto que está como un cencerro y que tiene más delirios de grandeza principesca que el propio Pantaleón, pero te lees el libro y es un tío simpático. Parece humilde, natural y nada tonto. Y pone los pies encima de las sillas tapizadas en el terciopelo copiado del de la Principessa de sabe-Dios-qué.
Y a su hermano le ha “puesto” una casa más que decente donde se puede respirar de seguido sin sentir claustrofobia…
Así que Pantaleón y yo seguimos fascinados por el inclasificable Howard capaz de esto…

Vista de la entrada al comedor desde el salón. Maravillosas puertas y fantástico el suelo “del revés”
Y de esto..
Por eso, pese a todo, recomendamos que compréis el libro (disponible pinchando aquí: Fifth Avenue Style)
No sólo para poder comentarlo, sino porque quiero que Howard gane mucho, mucho, mucho dinero para que pueda remodelar su casa de campo. Le propondremos de “Point of Departure” el patio de los leones de la Alhambra. Y a ver qué pasa.