“Parte de la hegemonía comercial del imperio fenicio” me cuenta Pantaleón “se debe a un molusco”
Y yo que quería hablar de conchas de las que se cogen en la playa, todas rotas e insulsas, pero amorosamente tuyas por haber sido recolectadas con tus propias manitas … Y aquí estamos, con el imperio Fenicio, sin haber siquiera terminado el mes de Agosto.
“El murex brandaris” prosigue el mono sin inmutarse “es un univalvo de hermosa caracola con una glándula que segrega un pigmento que tiñe los paños de púrpura”.
¿Ha dicho “univalvo”? Sí, lo ha dicho. Y no lleva ni un párrafo aún. Pero me concentro… estabamos en los fenicios que tenían una caracola que teñía las cosas de morado. Sorry, púrpura.
“Pero no de cualquier púrpura” continua Pantaleón “¡del mítico púrpura de Tiro! El llamado púrpura imperial. “¡El púrpura de los dioses! El púrpura de las franjas de las togas de los senadores romanos. El púrpura de las velas de la nave de Cleopatra, reina de Egipto…”
Vamos, un purpura molón que parece sacaban de la caracola de marras y que descubrieron de casualidad cuando el perro de alguién (en unas historias es el perro de Hercules y en otras el de la mujer de un gobernador de Tiro) mordió una caracola y se le quedaron la boca y los bigotes teñidos de morado.
“Plínio el viejo, que es como el Google de la antigüedad, porque sabe de todo” prosigue Pantaleón “cuenta que hacían falta 10.000 caracolas para obtener un gramo de tinte púrpura y que eso apenas daba para teñir el borde de una túnica …. A cambio, la longevidad del púrpura de Tiro era legendaria: más de dos siglos más tarde ni el lavado ni el uso continuo aclaraban ni alteraban el profundo e intenso morado escarlata que daba a los tejidos. Los fenicios se hicieron ricos y famosos con su monopolio”
“Así que las caracolas sirven para teñir cosas?” digo, por decir algo, vamos, sólo por interrumpir.
“Ese sólo es uno de los múltiples usos de los moluscos” dice Pantaleón “esos fascinantes y extraños animales que han llegado a nuestros días prácticamente inmutables desde la prehistoria….” Esto se nos está yendo de las manos: se me ha puesto en modo catedrático de concología y ya no hay quien le pare….
“Los moluscos bivalvos fabrican dos conchas iguales unidas por una especie de bisagra” dice el muy pedante “En la antigüedad algunos de ellos eran utilizados como efectivísimas pinzas depiladoras. En algunas islas del pacífico trozos de concha servían de armas, cuchillos, agujas, cucharas y hasta biberones improvisados. En Africa Occidental el caurí fue durante siglos moneda de cambio con la que se compraban suministros a los árabes y se vendían esclavos. Pero lo cierto es que las conchas de las frías aguas del Atlántico son conchas aburridas, y sólo fue con las nuevas rutas hacia las Indias y el descubrimiento de (o más bien topamiento con) América, que comenzaron a llegar a Europa las conchas y caracolas de aguas cálidas, mucho más coloridas y alegres…”
Con ellas, principalmente con los nautilus, los holandeses y alemanes, muy buenos orfebres ellos, empezaron a crear “copas” de la abundancia hechas de nautilus montados en bronce…
“¿Es eso un nautilus?” pregunto “¡Pero si es blanco! Yo pensaba que todos los nautilus tenían rayas color cobrizo….!”
“Y las tienen” confirma Pantaleón “pero si los sometes a un tratamiento con un ácido especial la capa exterior desaparece y queda el caparazón interior de madreperla”.
El siglo XVII fue el siglo de oro de las artes decorativas sobre caracola. En paralelo, surgía en Europa la fiebre del ya archifamoso “cabinet de curiosités”…
“Sinceramente” dice Pantaleón “a mi esto del gabinete de curiosidades siempre me ha parecido una marranada. Esos armarios atiborrados de bichos disecados, pájaros medio desplumados y demás cochinadas acumulando polvo francamente, me horripilan”.
Yo no sé si lo pondría todo junto pero muchos de los elementos que forman el “gabinete de curiosidades”, los corales, las mariposas, el cuerno de narval, el esqueleto de una langosta, me parecen absolutamente fascinantes. Se pusieron de moda en la época en la que partían de la metrópoli las grandes expediciones y llegaban noticias de descubrimientos botánicos, animales fantásticos, bestias marinas, minerales desconocidos, fascinantes caracolas… En los siglos XVII y XVIII el hombre ensanchaba a diario la frontera del conocimiento y eso se mezclaba aún con la superstición y leyendas de las tinieblas de la Edad Media. Convivían el álgebra y la alquimia, la matemática y la nigromancia, la ciencia y la magia. Unos estudiaban las construcciones calcáreas de las caracolas, otros anunciaban con el mismo tono de voz que Iker Jimenez en “Cuarto Milenio” que la sección de la concha de un Nautilus sigue la espiral aurea de los números de Fibonacci…
Todo ello contribuía a la fascinación del ser humano con los esqueletos de los moluscos. Porque eso son las conchas: caparazones externos que construyen los moluscos para protegerse de sus depredadores. Esqueletos fascinantes.
Y del cabinet de curiosités que exhibía las conchas al “por menor” pasaron a la obsesión por la cantidad. Ahora que ya todos tenían conchas, se trataba de saber quien tenía más. Y así, llegó el Rococó. Llegó, según los libros, como antídoto a “los excesos del barroco” pero el Rococó, cuyo nombre mezcla la palabra “rocaille” (piedras) con “coquille” (conchas), es un exceso en sí mismo.
Se obsesionaron con la forma de la concha cuyas proporciones y aspecto copiaban hasta la saciedad….
y no contentos con copiar empezaron a “alicatar” espacios enteros de concha y así llegaron a uno de los inventos más absurdos del siglo XVIII (y parte de los otros): el grotto.
¿Qué es un grotto? Una caverna o gruta artificial forrada de conchas, piedras de colores y caracolas, con motivos marinos, estalactitas, estalacmitas y alguna que otra estatua de deidades de mares y ríos. ¿Raro verdad? Pues en la alta sociedad del siglo XVIII tener un grotto era más necesario que ahora tener WiFi. Los hay por todas partes…
“Algunos son fascinantes” dice Pantaleón “otros, la verdad, dan un poco de dentera. Porque, francamente, en materia coquille las hay bonitas y las hay asquerosas. Y nada que se construya con mejillones puede tener buen futuro…”
Los eruditos dicen que el grotto marca el principio y el fin del Rococó porque inician el camino al neoclacisimo: su inspiración viene de los clásicos romanos, de los “ninfeos” o grutas en honor a las deidades acuáticas que se construían, al principio, en grutas naturales cercanas a las costas…

Luis de Baviera, grotto de Linderhof con lago subterraneo incluido. En esto de hacerse castillos nadie superaba a Luis…
Hacerse un grotto o un ninfeo es caro, pero a pesar de esto, se siguen creando a día de hoy. Un ejemplo es la foto con la que comienza el blog, del número de julio de 2017 de la revista Veranda. Hay gente que se gana la vida pegando conchas en las paredes. Por ejemplo Blott Kerr-Wilson (www.blottshellshouses.com), o una artista americana que se llama Donna Moss y otra que se llama Cathy Jarman en Savannah (entre otros muchos). Otros se lo hacen ellos sólos…
Claro que la ingente cantidad de conchas y caracolas necesarias y el trabajo manual que implica el hacerse un grotto lo convierten en un capricho muy extravagante. Ya lo era en el siglo XVIII, así que los ingleses, siempre prácticos, se pasaron ya desde el XIX, a las manualidades de conchas…. Peligroso arte que pervive hasta nuestros días.

Esto es obra de una señiora que se llama Jane Pownoll, mujer de un marino, que empezó a hacer manualidades con conchas ya en 1770, año del que data esta replica de Sharpham House hecha con conchas.
“Esto de la concha es un tema delicado en el que es más necesario que nunca ejercitar el buen juicio “dice Pantaleón “Hay que tener respeto a la concha: no hay NADA más hortera que la concha desmadrada…”
Y no le falta razón, de lo sublime a lo horrible hay solo un paso. Sublimes son, en mi opinión, los apliques de Jansen
Los pendientes de Seaman Schepps y llos broches de Verdura…
Sublimes me parecen algunos de los bustos cubiertos de conchas que se venden hoy en día…
Y preocupantes son otras cosas que se ven por ahí y que, sin embargo, también levantan pasiones…

Thomas Boog hace maravillas con las conchas pero este cabecero de mejillones que ha colocado en su casa nos da un poco de dentera… Vïa Elle Décoration (Francia) 2009
Todo esto necesita, creemos, un segundo capítulo dedicado a los “frutos del mar” en la decoración, las dudas que presentan y lo que se puede hacer tras el verano con una pistola de pegamento y unas cuantas conchas…. y lo que posiblemente no se deba hacer nunca en aras a preservar el buen gusto.
Así que os emplazamos para aprovechar los últimos días de Agosto recolectando conchas y, si os apetece, leer la semana que viene el último y definitivo fasciculo sobre los amigos de Bob Esponja.
Hasta entonces esperamos vuestros comentarios e historias, filias y fobias, sobre el apasionante mundo del molusco!